Claves para evitar accidentes en el agua

Noticias de Ciencia/Salud: Domingo 13 de diciembre de 2009 Publicado en edición impresa
Para disfrutar sin riesgo de las piletas y los deportes acuáticos
Pediatras elaboraron un documento para prevenir el ahogamiento, que es la segunda causa de muerte en menores de 15 años
Fabiola Czubaj
LA NACION
El calor ya invita a zambullirse en la pileta o a preparar el kayak o la moto acuática para disfrutar del río o del mar. Por eso es muy oportuno tomar algunas precauciones con los chicos y los adolescentes para evitar los accidentes.
Pero ¿cuál es el mejor chaleco salvavidas? ¿Hay que usar casco para andar en moto de agua? ¿Sirve la matronatación para aprender a nadar? ¿Cuándo se considera segura una pileta? ¿Conviene zambullirse en un espejo de agua? ¿Cuándo es seguro llevar un bebe a bordo?
Las respuestas, elaboradas por un grupo de pediatras especializados en prevención de accidentes, ayudan a evitar el ahogamiento, la segunda causa de muerte en los menores de 15 años. "La «noción del peligro», que es un conjunto de percepciones y aprendizajes que resguardan la integridad física, se adquiere a alrededor de los 4 años", precisan los autores del Consenso Nacional de Prevención del Ahogamiento de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
Esa es la mejor edad para empezar con las clases de natación, que suelen ser más efectivas cuando están a cargo de un profesor y no de un familiar. El contacto previo con el agua, como ocurre con la matronatación, "sirve para que el chico tome confianza con el agua y que aprenda a disfrutar y a respetar el agua, pero no para que aprenda a nadar ni a mantenerse a flote; además, puede generar en los padres una falsa sensación de seguridad. Con la primera bocanada de agua que traga un chico, ya no puede gritar ni pedir ayuda", explicó el doctor Carlos Nasta, presidente de la Subcomisión de Prevención de Accidentes de la SAP y redactor del documento.
Junto con él, 38 pediatras revisaron todas las normas nacionales e internacionales para prevenir los factores de riesgo asociados con las actividades en el agua de chicos y de adolescentes. El trabajo reveló una gran desorganización de esas normas. "Existe una gran desinformación y una gran dispersión de la información, que también es ambigua, contradictoria o deformada. Esto es apenas un puntapié fundacional a un documento serio y ordenado."
El chaleco, incluido para los menores de 4 años, se debe comprar según el peso y no la edad de los chicos. Debe mantenerlos a flote, con la cabeza fuera del agua; tener una abertura en el frente, con tres broches de seguridad como mínimo y una correa no extensible, que una la parte delantera y trasera por la ingle con un broche.
Los expertos desaconsejan el uso de brazaletes inflables, colchonetas, cámaras de automóvil o los salvavidas anulares clásicos de las embarcaciones porque "no ofrecen ninguna garantía", ni siquiera en una pileta segura.
En los arroyos, los ríos, las lagunas o el mar, la turbidez, los pozos de agua y la contracorriente actúan como "trampas" para los chicos, ya que facilitan el desplazamiento del cuerpo al sumergirse e impiden reconocer rápidamente signos de agotamiento. Para ingresar en un espejo de aguas oscuras, recién a partir de los 8 o 10 años, un chico debe hacerlo caminado lentamente y de la mano de un adulto. La primera inmersión es conveniente hacerla con zapatillas livianas para evitar lesiones.

Edades adecuadas para navegar
El consenso recomienda no llevar a pequeños de hasta 2 años a bordo de embarcaciones de remo (kayaks, canoas, piraguas o botes), con motor fuera de borda (gomones, motos de agua o lanchas pescadoras) o con velas. A partir de los 2 años, pueden hacerlo, pero con chaleco y junto con un adulto que sepa nadar.
El uso del optimist está permitido a partir de los 8 años, con vigilancia; el kayak y la piragua, desde los 10 años con curso de entrenamiento y chaleco; las motos de agua, a partir de los 16 años, a baja velocidad y con el chaleco puesto. "El uso del casco es polémico -se lee en el documento, que se puede conseguir en la SAP-. Sus ventajas ante un vuelco en el agua son obvias. Su desventaja sería la sofocación por la correa de seguridad y el ahogamiento al llenarse de agua."
Siempre, los expertos recomiendan que el responsable de supervisar las actividades en el agua no se distraiga, tenga visión directa de los chicos y conozca las maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP), que evitan la muerte inminente.

CHICOS ROCIADOS CON PESTICIDAS TRABAJAN COMO BANDERAS HUMANAS.

Quien sabe que se comete un crimen y no lo denuncia es un cómplice

José Martí

El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.

'A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza'.
Gentileza de Arturo Avellaneda arturavellaneda@ msn.com


LOS NIÑOS FUMIGADOS DE LA SOJA

Argentina / Norte de la provincia de Santa Fe

Diario La Capital

Las Petacas, Santa Fe, 29 septiembre 2006

El viejo territorio de La Forestal, la empresa inglesa que arrasó con el quebracho colorado, embolsó millones de libras esterlinas en ganancias, convirtió bosques en desiertos, abandonó decenas de pueblos en el agujero negro de la desocupación y gozó de la complicidad de administraciones nacionales, provinciales y regionales durante más de ochenta años.
Las Petacas se llama el exacto escenario del segundo estado argentino donde los pibes son usados como señales para fumigar.
Chicos que serán rociados con herbicidas y pesticidas mientras trabajan como postes, como banderas humanas y luego serán reemplazados por otros.
'Primero se comienza a fumigar en las esquinas, lo que se llama 'esquinero'.
Después, hay que contar 24 pasos hacia un costado desde el último lugar donde pasó el 'mosquito', desde el punto del medio de la máquina y pararse allí', dice uno de los pibes entre los catorce y dieciséis años de edad.
El 'mosquito' es una máquina que vuela bajo y 'riega' una nube de plaguicida.
Para que el conductor sepa dónde tiene que fumigar, los productores agropecuarios de la zona encontraron una solución económica: chicos de menos de 16 años, se paran con una bandera en el sitio a fumigar..
Los rocían con 'Randap' y a veces '2-4 D' (herbicidas usados sobre todo para cultivar soja). También tiran insecticidas y mata yuyos.
Tienen un olor fuertísimo.

'A veces también ayudamos a cargar el tanque. Cuando hay viento en contra nos da la nube y nos moja toda la cara', describe el niño señal, el pibe que será contaminado, el número que apenas alguien tendrá en cuenta para un módico presupuesto de inversiones en el norte santafesino.
No hay protección de ningún tipo.
Y cuando señalan el campo para que pase el mosquito cobran entre veinte y veinticinco centavos la hectárea y cincuenta centavos cuando el plaguicida se esparce desde un tractor que 'va más lerdo', dice uno de los chicos.
'Con el 'mosquito' hacen 100 o 150 hectáreas por día. Se trabaja con dos banderilleros, uno para la ida y otro para la vuelta. Trabajamos desde que sale el sol hasta la nochecita. A veces nos dan de comer ahí y otras nos traen a casa, depende del productor', agregan los entrevistados.
Uno de los chicos dice que sabe que esos líquidos le puede hacer mal: 'Que tengamos cáncer', ejemplifica. 'Hace tres o cuatro años que trabajamos en esto. En los tiempos de calor hay que aguantárselo al rayo del sol y encima el olor de ese líquido te revienta la cabeza.
A veces me agarra dolor de cabeza en el medio del campo. Yo siempre llevo remera con cuello alto para taparme la cara y la cabeza', dicen las voces de los pibes envenenados.
-Nos buscan dos productores.
Cada uno tiene su gente, pero algunos no porque usan banderillero satelital.
Hacemos un descanso al mediodía y caminamos 200 hectáreas por día.
No nos cansamos mucho porque estamos acostumbrados.
A mí me dolía la cabeza y temblaba todo. Fui al médico y me dijo que era por el trabajo que hacía, que estaba enfermo por eso', remarcan los niños.
El padre de los pibes ya no puede acompañar a sus hijos. No soporta más las hinchazones del estómago, contó. 'No tenemos otra opción. Necesitamos hacer cualquier trabajo', dice el papá cuando intenta explicar por qué sus hijos se exponen a semejante asesinato en etapas.
La Agrupación de Vecinos Autoconvocados de Las Petacas y la Fundación para la Defensa del Ambiente habían emplazado al presidente comunal Miguel Ángel Battistelli para que elabore un programa de erradicación de actividades contaminantes relacionadas con las explotaciones agropecuarias y el uso de agroquímicos.
No hubo avances.
Los pibes siguen de banderas.
Es en Las Petacas, norte profundo santafesino, donde todavía siguen vivas las garras de los continuadores de La Forestal.
Fuente: Diario La Capital, Rosario, Argentina

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Atribuciones en drogodependencias.

31/jul/2002 · psicologia.com. 2002; 6(2)


Autor-es: Eduardo José Pedrero Pérez.. Asociación para la Prevención y la Investigación en Dependencias.
APID

C/ Bergantín, 11 5ºB
28042 – MADRID
Tfns: 609587233 - 917475872
E-mail: asociacionapid@yahoo.com


Resumen
Los procesos de atribución han sido identificados por la investigación como uno de los factores cognitivos que dirigen la conducta de las personas. La conducta de autoadministración de sustancias está determinada en parte por las atribuciones causales y de resultados que el sujeto formula, siendo de vital importancia su identificación tanto para la prevención del consumo como para el tratamiento del abuso y dependencia. En este trabajo se realiza una revisión sobre los trabajos que relacionan los dos conceptos, procesos de atribución y drogodependencia, en relación a los procesos de adquisición de la conducta, su mantenimiento y su abandono. Finalmente, se reflexiona sobre la importancia que las atribuciones de causalidad representan en el correcto abordaje de esta problemática, en la formulación de objetivos y expectativas de familiares y profesionales.



Abstract
Attribution processes have been identificated by the researchers as one of the cognitive issues that drive people’s behaviour. The substance-autoadministration behaviour is, partially, determined by cause attributions and results the person guesses out, being of a capital importance its identification for the consumption prevention as well as the treatment of abuse and depedence. In this article, there is a revision of the works which show relation between both concepts, attribution processes and drug-dependence, related to the processes of beginning of the behaviour, its maintenance and its end. Finally, there is an analysis about the important role that causality attributions play in a right care of this problem, including the objectives design and the professional and familiar expectations.

1. INTRODUCCIÓN
Aunque el consumo de sustancias psicoactivas, ya sea como preparados a partir de productos naturales o mediante procesos de extracción de los principios activos, ha sido una práctica usual en la especie humana desde su aparición sobre el planeta, en los últimos siglos, y muy especialmente en la última mitad del siglo XX, esta práctica se ha generalizado hasta configurar lo que algunos denominan inapropiadamente “epidemia”, pero que, en todo caso, ha provocado una multitud de problemas de índole social. Generalmente, a partir de estudios antropológicos, se atribuye esta generalización a un cambio en los patrones de uso de las sustancias: se ha pasado de un modelo tradicional, en el que el uso está ritualizado al encontrarse en su totalidad ligado a prácticas mágicas, religiosas, curativas o alimentarias, circunscrita a territorios y entornos culturales concretos que prescriben su uso en determinadas circunstancias y lo prohiben en otras; hasta un modelo consumista, que transforma la droga en mercancía, sujeto a las leyes de la oferta y la demanda por encima de otras formulaciones legales, sin contextos regulados de consumo, haciendo de la conducta de consumo un acto individual (Merlo y Lago, 1993).
Es perfectamente posible que algunas personas consuman sustancias psicoactivas, sin perder por ello su capacidad de controlarlas, acomodándolas a su funcionamiento habitual, siendo capaces de dilucidar entre lo beneficioso y lo perjudicial, y presentando un repertorio de estímulos gratificantes no limitados a los que proporciona la sustancia (Peele, 1985). Para otros, en cambio, el uso de estas sustancias comporta consecuencias negativas (trastornos psicológicos, enfermedades físicas, problemas sociales, muerte por sobredosis, etc.) que difícilmente compensan los beneficios que, sin duda, también obtiene la persona. Estos problemas pueden deberse a los efectos directos de la sustancia sobre determinadas estructuras físicas o sobre los procesos fisiológicos; pero también pueden derivarse de otras circunstancias: la consideración legal de la sustancia, las formas de autoadministrarla, la presencia de contaminantes en productos ilícitos, el rechazo social a determinadas conductas, etc. Sin embargo, cada vez con más claridad se advierte que el papel mediador de los factores cognitivos es un elemento clave para entender las conductas de aproximación a las sustancias, el inicio en el consumo, la experimentación de consecuencias del uso y abuso de sustancias, el establecimiento de una relación determinada con la sustancia y el ambiente, la motivación para dejar o persistir en el consumo, las dificultades para romper las relaciones establecidas, etc. Se trata de factores individuales que modulan tanto los efectos que una sustancia produce en un determinado organismo como la relación de ese organismo con el resto de estímulos presentes en su ambiente.
Es tarea de la ciencia de la conducta estimar las constancias y las diferencias entre las conductas de los diferentes individuos, en orden a comprender, explicar y anticiparse a las consecuencias no deseadas que tales conductas comportan. De alguna manera, la drogodependencia ha supuesto, en los últimas décadas, un ámbito de estudio privilegiado para la comprensión de fenómenos conductuales y cognitivos que se entrelazan de formas muy diversas en un grupo de conductas tan complejas como las que suponen la autoadministración de sustancias, que han quedado subsumidas bajo el epígrafe popular de “el problema de la droga”. Tal y como proponía Comas (1988) “para los científicos sociales esta situación proporciona un campo experimental de investigación muy interesante. La excepcionalidad con la que se tratan los temas de drogas posibilita reenfocar muchos temas tradicionales y contrastarlos desde esta excepcionalidad. Hasta el punto, de poder pensar que las drogas están equivaliendo para las Ciencias Sociales, lo que la carrera espacial para las nuevas tecnologías y consiguientemente para la reordenación industrial”. De igual forma, para los científicos de la personalidad, el ámbito de los consumos de sustancias se ha configurado como un espacio de investigación excepcional, proporcionando claves para la comprensión de muchos otros fenómenos del comportamiento humano.
Este trabajo pretende ser una revisión de los trabajos publicados sobre uno de los tópicos de la psicología cognitiva, las atribuciones, en relación con las conductas de autoadministración de sustancias. Para ello, se ha consultado, por una parte, la base de datos Psyc-INFO (©APA) y, por otra, la base de datos INDID de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), en la búsqueda de trabajos que relacionaran ambos conceptos: atribución y drogodependencias.
2. MARCO TEÓRICO: PROCESOS DE ATRIBUCIÓN
Heider (1944) fue el primer autor que dedicó su trabajo a estudiar la tendencia de las personas a buscar las causas de los sucesos que ocurren a su alrededor, especialmente de aquéllos que resultan extraños o se salen de la norma, de modo que un suceso queda explicado satisfactoriamente cuando se descubre por qué ha ocurrido (Morales, 1995). En lo esencial, la búsqueda de explicaciones causales se rige por los mismos métodos que usan los científicos (Kelley, 1967; Kelly, 1955), aunque la investigación sobre este aspecto ha puesto de relieve que las personas utilizan sistemáticamente sesgos en la interpretación de la información y en la consecuente atribución causal (Ross, 1977), postulándose que tales sesgos pueden tener una funcionalidad, ya fuere hedónica, como reducción de la ansiedad frente a la incertidumbre, o con el propósito de incrementar la percepción de control sobre los sucesos del entorno, si bien algunas de las atribuciones estudiadas no pueden incluirse en estos apartados (Sensky, 1997).
Los científicos, aplicando el método que caracteriza su labor, tienen entre sus suposiciones básicas la idea de causalidad, que “implica la existencia de una relación causa-efecto en todas las manifestaciones de la actividad conductual. Es decir, todo hecho antecedente –toda causa- produce un efecto, y en contrapartida, ante todo hecho consecuente, es decir, todo efecto, se puede encontrar una causa antecedente. Aunque esta idea está presente casi siempre en ciencia, en el método experimental toma carta de naturaleza específica a la hora de experimentar” (Delclaux, 1985). Cada formulación teórica, cada hipótesis, supone una inferencia, a partir de los datos disponibles, que propone una atribución de causalidad tentativa que debe ser posteriormente sometida a contrastación.
Los profanos, las personas en general, utilizan también los datos de que disponen para inferir los no disponibles. Hastie (1981) describe tres tipos de inferencias: las categoriales, las de relaciones estructurales y las causales, siendo estas últimas las que pueden definirse propiamente como procesos de atribución. La recogida de información durante el proceso de atribución está sujeta a errores en el muestreo y en el uso e integración de los datos, basados fundamentalmente en cuestiones motivacionales y de limitación cognitiva (Huici y Moya, 1995): todo ello lleva a las personas a utilizar heurísticos, definidos como reglas y estrategias cognitivas lo más sencillas y elementales posibles que conducen de una manera rápida, aunque no siempre exacta, a la solución del problema (Sherman y Corty, 1984).
Si la búsqueda de relaciones causales es crucial para la ciencia experimental y para las personas en general, no lo es menos para aquellas personas que sufren algún tipo de padecimiento. Como indica Sensky (1997), “las creencias que tienen las personas acerca de las causas de los síntomas físicos o enfermedades pueden tener un profundo efecto en cada estadio del manejo clínico, desde la decisión del individuo de buscar la ayuda de un especialista hasta la adherencia al tratamiento y el ajuste al pronóstico”. La búsqueda de una causa plausible es más probable ante la aparición de hechos negativos o inesperados, cuando el hecho presenta una gran saliencia para el individuo (Weiner, 1986) o en situaciones de elevada incertidumbre (Turnquist, Harvey y Andersen, 1988).
Formulada inicialmente desde la psicología social, fue Weiner quien, con su “Teoría de la motivación de logro” (1971, 1972, 1974) lo llevo al terreno de la psicología de la personalidad. En su formulación inicial (1958), Heider proponía que la gente, para explicar los hechos que ocurrían a su alrededor, ponía en marcha dos tipos de fuerzas: unas, de carácter interno, como la motivación y la capacidad; y otras de carácter externo, como la dificultad de la tarea y la suerte o el azar. Weiner, en la formulación original de su teoría, consideró que estas cuatro causas podían organizarse en función de dos dimensiones: el locus de causalidad, o lugar donde el sujeto sitúa la responsabilidad de la acción, y la estabilidad, o persistencia temporal de los factores que determinan las causas. La primera dimensión se movería entre el polo de internalidad y la externalidad en la línea de lo propuesto por Heider. La segunda dimensión se movería entre los polos de estabilidad (dificultad de la tarea) y variabilidad (el azar). Posteriormente, incorporaría una tercera dimensión, que tendría en cuenta la idea de Rosenbaum (1972) de intencionalidad, y que Weiner (1974) denominó controlabilidad, que haría referencia a la capacidad percibida por el sujeto de llevar a cabo la tarea, independientemente de la motivación o intención de realizarla.
Con posterioridad, Weiner (1980, 1982) estudió las implicaciones motivacionales, afectivas y comportamentales de las diferencias individuales en función de las tres dimensiones propuestas, encontrando que estas se relacionan con las siguientes consecuencias: la dimensión de causalidad se relaciona con las reacciones afectivas, en especial la autoestima; la estabilidad se relaciona con los esquemas cognitivos del individuo en relación a las expectativas de éxito futuro; la controlabilidad se relaciona con consecuencias motivacionales y con el nivel de ejecución de las tareas.
El modelo, en su formulación definitiva, se formula en los términos que pueden observarse en el gráfico 1 (tomado de Pérez García, 1991; adaptado de Weiner, Russell y Lerman, 1978).







31/jul/2002 · psicologia.com. 2002; 6(2)
La investigación posterior ha identificado, por una parte, la predisposición individual a efectuar atribuciones de una manera estable en función de las dimensiones propuestas, lo que permitiría caracterizarlas como rasgos de la personalidad, en tanto que supondrían estilos atributivos consistentes en el tiempo (Metalsky y Abramson, 1981), y por otra, determinados sesgos sistemáticos en la formulación atribucional: algunos de estos sesgos estarían justificados por una deficiente o insuficiente recogida o procesamiento de la información (Sherman y Skov, 1986), pero otros tendrían una funcionalidad diferente a la motivación de logro. Entre estos segundos se encuentra el sesgo autoprotector, caracterizado por la atribución interna del éxito y externa del fracaso, cuyo objetivo sería la preservación de la autoimagen y la autoestima, o bien la imagen que otros tienen del sujeto mismo (Kernis et al., 1982), o el sesgo de autoobstaculización en provecho propio con el mismo propósito autoprotector frente al fracaso (Fiske y Taylor, 1991), que se ha estudiado como una estrategia de autoincapacitación personal en conductas como el abuso de alcohol y que permiten al sujeto eludir la responsabilidad frente al fracaso (Jones y Berglas, 1978, 1999). Otros estilos atributivos podrían operar en una dirección no adaptativa, como el sesgo atribucional insidioso o depresógeno (Seligman et al., 1979) presente en sujetos con depresión clínica y en sujetos normales con vulnerabilidad para desarrollar depresión (Sanjuán, 1999).
Parece claro, a la vista del desarrollo experimental de esta teoría, que las atribuciones guían la conducta de los individuos y que, por esta razón, tienen aplicación en la clínica en la medida en que un cambio en las atribuciones puede proporcionar cambios en la conducta, por lo que son elementos de interés, tanto en el nivel explicativo, como en el de la predicción de la conducta y de los objetivos de la terapia (Weiner, 1995).
3. LA CONDUCTA DE AUTOADMINISTRACIÓN DE SUSTANCIAS
La teoría del aprendizaje social de Bandura (1982) explica el consumo de drogas integrando el condicionamiento clásico, el operante y el vicario, y permite explicar tanto el inicio como el mantenimiento y el abandono del consumo (Becoña, 1995). Sus supuestos principales son (Schippers, 1981):
1. La conducta adictiva está mediada por las cogniciones, compuestas de expectativas que son creencias sobre los efectos de la conducta de consumo.
2. Estas cogniciones están acumuladas a través de la interacción social en el curso del desarrollo, por una parte, y a través de las experiencias con los efectos farmacológicos directos e interpersonales indirectos de la conducta de consumo, por el otro.
3. Los determinantes principales de la conducta de consumo son los significados funcionales que se le atribuyen en combinación con la eficacia esperada de conductas alternativas.
4. Los hábitos de consumo se desarrollan, en el sentido de que cada episodio puede contribuir posteriormente a la formación del hábito por su significado funcional o por limitar las opciones de conductas alternativas.
5. La recuperación depende de la capacidad de instauración de conductas alternativas.

En su teoría del aprendizaje social, Rotter (1954, 1982) considera a la conducta humana como motivada, dirigida a metas (determinadas ambientalmente por los refuerzos) o a la satisfacción de necesidades (determinadas por el propio sujeto). Los conceptos básicos de su teoría son:
- potencial de conducta: probabilidad relativa de ejecución de una conducta
- expectativas: probabilidad subjetivamente estimada de que un refuerzo ocurra en función de una conducta propia, en una situación determinada
- situación psicológica: conjunto de claves que determinan la evaluación situacional del sujeto
- valor del refuerzo: grado de preferencia que la persona muestra por un determinado refuerzo.

Desde esta perspectiva, la drogodependencia vendría determinada por el alto potencial de la conducta de autoadministración de la sustancia en relación a las conductas alternativas, especialmente en algunas situaciones estimulares que provocarían una determinada valoración individual (situación psicológica) y, en último término, el control estimular de la conducta, en función de una alta expectativa en relación a las consecuencias del consumo (efectos psicotrópicos buscados) y al intenso valor reforzante de ellas. Dicho de otro modo, la conducta de consumo es la más probable en determinadas circunstancias por su capacidad de refuerzo inmediato y, en base a la repetición, esta conducta se transformaría en un hábito, el cual se mantendría mediante la búsqueda directa de los efectos fisiológicos de la sustancia (refuerzo positivo) o mediante la reducción de señales internas de malestar (refuerzo negativo). Tanto la valoración que el sujeto realiza de las circunstancias ambientales como de las propias señales de malestar serían de índole cognitiva. La conducta estaría guiada por los estímulos (control estimular) y mediada por las atribuciones de causalidad internas o externas (locus de control) que el individuo efectuara cognitivamente (Pedrero y Martínez, 2001).
Entre las creencias y expectativas que tanto Rotter como Bandura sitúan como mediadores de la conducta de consumo, se encuentran las atribuciones. La cualidad y relevancia de las dimensiones de estas atribuciones sería diferente en las tres fases de inicio, mantenimiento y abandono del consumo. En la fase de iniciación tendrían especial importancia las diferencias de percepción actor/observador (Jones y Nisbett, 1972), en la medida en que la dimensión de controlabilidad sería diferencial: a pesar de observar cómo muchas otras personas quedan atrapadas por el consumo de sustancias, muchos sujetos inician la autoadministración en la creencia de que ellos podrán controlarla; o bien, las diferencias se establecerían en la dimensión de internalidad, atribuyendo los problemas del consumo ajeno a factores internos y estables, como la enfermedad o la falta de voluntad. Otro tipo de percepciones, atribuciones y otras creencias podrían favorecer la aproximación a las drogas, como la estimación de un consumo mayor que el real en los grupos familiar y de iguales, la atribución de consecuencias positivas al consumo de sustancias, las expectativas de aceptación social, etc (Elzo et al., 1992).
En la fase de mantenimiento de la autoadministración es especialmente importante la localización estimada del control sobre la conducta, en la línea propuesta por Rotter (1966), según la cual el sujeto mantendría la atribución de control interno sobre la conducta de consumo y sólo el desplazamiento hacia la pérdida de este control provocaría la intención de abandonarlo. También se produciría un desplazamiento en la atribución en relación al cambio de posicionamiento del sujeto que de observador pasaría a ser actor, y en tal medida, se produciría una internalización de la atribución de causas del consumo, que de la experimentación pasaría a estar justificada por la consecución de sensaciones satisfactorias o la reducción de afectos negativos, derivados o no del uso de la sustancia.
La fase de abandono de una conducta adictiva puede ser abrupta, pero más frecuentemente se trata de una dinámica compleja, no lineal, en la que se ponen en juego muchos elementos internos y externos al individuo que pretende el cambio de conducta. Tal dinámica ha sido estudiada y formalizada en el modelo de procesos de cambio o modelo transteórico de cambio para conductas adictivas (Prochaska y DiClemente, 1982, 1986; Prochaska y Prochaska, 1993; Tejero y Trujols, 1994). El proceso atribucional en esta fase es relevante en tanto que rasgo (estilos atributivos) y en tanto que estado (autoeficacia, responsabilidad, etc.), en ambos casos frente a los constantes desafíos estimulares que recibe el sujeto en fase de abandono, así como frente a las tareas que el cambio requiere desarrollar. De especial importancia en esta fase es el momento de la recaída: cuando tras un tiempo de abstinencia mantenida se produce un nuevo consumo, se producen consecuencias afectivas y cognitivas que pueden llevar al sujeto a retornar a la abstinencia o a persistir en el consumo, reinstaurándose la dependencia. El “efecto de violación de la abstinencia”, EVA (Marlatt y Gordon, 1985; Marlatt, 1993; Graña y García, 1994) se ha descrito como mecanismo que se presenta bajo las siguientes condiciones: el individuo, sometido a un compromiso y desarrollando un esfuerzo para mantener la abstinencia, realiza una primera transgresión (que los autores denominan “lapse” o “caída”) y se produce una reacción con una doble dimensión cognitivo-afectiva: disonancia cognitiva (conflicto y culpa) y un efecto de atribución personal (culpar al yo como causa de la recaída). Si el individuo atribuye el consumo a factores que considera incontrolables e invariables (como “su propia enfermedad adictiva”, falta de capacidad de afrontamiento) puede generarse una sensación de indefensión y una caída drástica de la autoatribución de eficacia para afrontar los estímulos futuros. Si, por el contrario, atribuye el consumo a una causa externa, debida a factores imprevisibles pero excepcionales, la intensidad de la reacción cognitivo-emocional será menor y se mantendrán sus expectativas de eficacia para el futuro. El EVA es, por tanto, un constructo dimensional en el que el paso de un “lapse” o “caída” a un “relapse” o “recaída” se considera dependiente de la respuesta emocional al consumo inicial de droga tras la abstinencia y, como tal, un predictor de severidad de la recaída (Saunders, 1993).
Sin embargo, algunos trabajos también han proporcionado elementos críticos con la formulación de Marlatt y Gordon: para algunos autores, la recaída sólo puede contemplarse como un concepto mucho más complejo, que incluya una visión dinámica, múltiple e interactiva, así como la consideración de factores distales y proximales en la violación de la abstinencia (Donovan, 1996; Saunders y Houghton, 1996).

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